Leyendo: El celo. Sabina Urraca. 2024.
Última peli: 30 Rock. Temporada 1.
Cuando Stephen King dijo unas cuantas cosas sobre esa película española llamada La mesita del comedor yo no eché muchas cuentas, porque Stephen King dice maravillas de un montón de cosas que luego las ves y no es para tanto. Sin embargo, en esta ocasión decidí hacer caso porque era fin de semana, pensaba pasar la noche en casa y me apetecía ver una peli de género.
“There’s a Spanish movie […]. My guess is you have never, not once in your whole life, seen a movie as black as this one. It’s horrible and also horribly funny. Think the Coen Brothers’ darkest dream”. Yo la vi y entré en la peli en tromba. Conecté plenamente con todo lo que la peli propone, con toda su violencia, con su angustia y hasta con su risa. La peli me gustó muchísimo y creo que se clasifica a la perfección en ese género llamado heterror. Es una peli que demuestra, por el método de la hipérbole, toda la violencia de la normalidad.
Inmediatamente después vi todas las cosas que encontré de Caye Casas, todas ellas reflexionan acerca de la violencia de la normalidad a base de proponer personajes que se comprometen con la normalidad y con la versión oficial de los hechos con la fuerza con la que se besan los subnormales.
El celo, de Sabina Urraca, también pertenece al género heterror. Nos han contado muchas historias de sometimiento, relaciones tóxicas o maltrato. Me vienen a la cabeza The servant de Joseph Losey o Grotesque, de Patrick McGrath. McGrath es un experto en este asunto, casi todas sus novelas hacen este ejercicio. Asylum también es un novelón que muestra paso a paso cómo una mujer cae en la telaraña de un manipulador, aunque todos estos ejemplos se aproximan al fenómeno desde el género gótico, incluso con cierto negrísimo sentido del humor. El celo lo hace desde el mismo mundo en el que vive la persona que lee la novela, desde el realismo y con un resultado espeluznantemente verosímil. Aunque El celo es otras muchas cosas además. Contiene una narración del sentido de la maravilla que nos proporciona la convivencia con animales sin caer en el antropocentrismo ni la cursilería y que está tan logrado como su construcción del sometimiento o desvalijamiento de una persona por parte de otra. Está escrita a base de innumerables cuentos en forma de párrafos breves, tan sintéticos que solo una persona que está en forma como una gimnasta rusa campeona del mundo tanto a la hora de mirar como a la hora de contar puede permitirse. Todas estas historias tienen algo en común: con su relato de desvalijamiento, más que contar, demuestran, que es lo que sucede cuando la ficción está tan bien observada y ejecutada que sirve para que comprendamos la realidad.
La mesita del comedor no es el retrato de un sometimiento, sino la demostración de que la normalidad se fundamenta en la violencia. Es lo que tiene empeñarse en que las personas y las relaciones se ajusten a categorías prefabricadas. Por muy normalizada que esté cierta violencia y ya no la veamos, ahí está y hay quien la percibe. En La mesita no hay ningún buitre cebándose en las tripas de ninguna oveja, hay una piara de hienas dándose cuchilladas mientras crujen los dientes y ejecutan la liturgia familiar. Una de las genialidades de La mesita es que enseña a cámara lenta el choque frontal de locomotoras, fuera del modelo en el que una persona se ensaña con otra que está indefensa. Lo que sucede cuando todo el mundo asimila su rol y lo defiende con los colmillos bien afilados, como perros de pelea. El matrimonio, los cuñados y la escalera de vecinos a punto de estallar como un camión que atraviesa la selva cargado de nitroglicerina.
El heterror puede ser muy reconfortante para las personas que perciben esa violencia de la normalidad sin poderlo evitar. A pesar de la tensión y la representación de la violencia, puede suponer un mensaje consolador y mullido: no estás solo, no estás loco, no eres el único que lo ve. Es como la oficina después de las vacaciones. ¿Qué tal las vacaciones? Ay, muy bien. ¿Pero cómo que muy bien, hijo de un rezno, si te has ido dos semanas en agosto masificado al mediterráneo con tus suegros y tres niños? ¿Entonces que es mal para ti, cacho de carne con ojos? ¿Qué le pides tú a la vida?
Yo en la oficina ejecuto algunas micromilitancias. Una de ellas consiste en, a la pregunta “qué tal las vacaciones”, responder siempre “sin pena ni gloria”. El año pasado, sin ir más lejos, me fui a un festival de techno, tres noches con toda su parafernalia en las que el móvil me marcaba setenta y cinco kilómetros, luego estuve en Santiago, donde me tropecé con las chilleras del karma*, luego conocí a un ruso enfadado con la vida pero que me hizo un masaje tántrico, lo que, según se ve, no está reñido con la eyaculación, luego me acosté en la celda de un seminario, primero con un peregrino de Jaén con eyaculación precoz al que me disponía a penetrar a cuatro patas vestido únicamente con unas sandalias de belcros pero cuya condición frustró el plan, y luego, con un mulato de Chicago que daba gloria verlo, que huía de sí mismo viajando como casi toda la gente que viaja, y que me enseñó que en inglés “gatillazo” se dice “whisky dick” y, para terminar, estuve en casa de un barrendero sordo adicto a la cerveza que me hizo hacerle lo mismo que me hizo a mí el ruso y luego se echó a roncar y yo me escapé sigiloso como un apache con mi ropa hecha un gurruño bajo el brazo y me vestí en el portal pensando que al ser sordo tendría la percepción vibratoria hiperdesarrollada de un murciélago pero luego resultó que no, que me podía haber vestido junto a su lecho cantando En el punto de partida porque el cabrón no se enteró de que me había ido hasta las nueve de la mañana cuando abrió un ojo, y eso que antes de dormirse se había bebido tres litros de cerveza que obviamente le cabían perfectamente en la vejiga, y, luego ya desfogado, me fui a la Costa da Morte a bañarme en la playa sin ruidos ni calor ni aglomeraciones y volví a Madrid recogiendo a un pasajero de Blablacar. En las mismas vacaciones pasé unos días en Pontevedra con unos queridos amigos donde tuvimos una divertida incursión en uno de los clásicos escenarios del heterror: los cochecitos de la feria. Un plan ulrichsiedliano que nunca puede salir del todo bien pues ya se sabe que algún niño acabará embarracado, y del que escapamos bastante victoriosos luego de que una señora se llevase pegado en el bolso el algodón de azúcar de uno de los niños y de una cena en la churrería ambulante de Kuki Galiano, donde unas personas se pasan horas pescando churros, patatas y salchichas de unos inmensos calderos de aceite hirviendo. Pues bien, después de todo esto, cuando me preguntaron qué tal mis vacaciones, tuve la decencia de decir “sin pena ni gloria” porque yo sí soy una persona sensible y civilizada que percibe la violencia basal de la normalidad.
La oficina, como el comedor, es territorio heterror. Yo en la oficina a menudo reparo en el contraste entre este estilo de vida del que son representativas mis vacaciones y el estilo de vida común de cualquiera de mis compañeros que veranean en una ciudad de la costa mediterránea y se pasan la vida resolviendo cosas de colegios, chiquiparques, coches, placas solares, familia política y demás elementos de la logística. Me divierte pensar en el exotismo que estas personas puedan encontrar en este relato de mis vacaciones (no en el exotismo que puedo encontrar yo en el relato de las suyas porque yo, como todos, vivo en contacto continuo con el heterror) y me parecía que ahí, en ese contraste, había algo valioso a cerca de lo cual reflexionar. Entonces fue cuando vi esa maravilla de película de Sebastián Silva llamada Rotting in the sun que va precisamente sobre ese contraste y nos demuestra que lo que para unos es comedia de enredo, para otros es el más puro costumbrismo. La peli propone el inteligentísimo ejercicio de poner en el centro esa realidad en la que vive su protagonista, construida con ketamina, arte plástico, negociaciones con grandes plataformas audiovisuales y sexo frecuente con desconocidos, y hacer de ella puro costumbrismo introduciendo un testigo extraído del universo del heterror, una pobre asistenta que no sale de su asombro y que se ve envuelta en serios apuros por culpa de ese artista homosexual y sus amigos. Vamos, darle la vuelta a la realidad, como si el mundo fuese territorio marica y fuesen los heteros los que viven fuera de su hábitat. Una película que parecía hecha para mí y que me enamoró al instante. Y ahora, pregunto, ¿es esa película homoterror? Yo diría que no, y definiría el homoterror como la normalidad absorbida por los homosexuales a su vez absorbidos por la normalidad. Es decir, el homoterror serían los homosexuales imitando a los heteros y formando familias, haciendo dominadas hasta que el cuerpo se les queda como el de un bebé de noventa kilos. Lo de mis vacaciones, lo de Rotting in the sun, sería otro género. Homoterror sería All of us strangers, esa película de Andrew Haigh que se la pones a uno de Vox y disfruta. Una película que está mala de los nervios. La peli que nos interesa estaba en ese rascacielos de apartamentos vacíos como metáfora de la parrilla del Grindr, con su maleficio de incomunicación y gallinita ciega, y no en ese Mulholland Drive llorica.
Otro chisme que me ha gustado muchísimo últimamente es May December de Todd Hayness, y que es al heterror lo que Rotting es al homoterror. Es la historia de una señora casada con hijos que se enamora de un chaval de trece años y lo manda todo a tomar viento y tira palante y hasta se llega a casar con él y pasan treinta años y van a hacer una peli sobre su vida y la actriz que va a hacer de ella va a pasar unas semanas con ellos para inspirarse. Una película muy clásica en verdad, sobre dos tipejas excepcionales que se olfatean y miden sus fuerzas como USA y la URSS en la guerra fría. Son ya tres de mis pelis favoritas (con La mesita y Rotting). El hecho de habérmelas encontrado a mi edad, sin sospecha ya de enardecimiento adolescente y en un espacio de solo nueve meses, me llena de confianza acerca de mi capacidad de enamorarme.
Una peli muy heterror también es La maman et le putain de Jean Eustache. Es la película más heterosexual que se ha hecho jamás. Ni siquiera las pelis de Pajares y Esteso son tan heterosexuales. Yo cuando la vi recuerdo que me sentía todo el rato expulsado, había algo profundamente hostil en ella que no me dejaba agarrarme a ninguna parte. Cuando por fin se terminó, recuerdo que pensé, gracias a los dioses que habitan el anchuroso cielo por haberme hecho maricón, y salí a la calle feliz como las mujeres que se ríen de su ensalada (google it). Tiene esta cosa de Jean Pierre Leaud, con ese cuerpo de gato puesto de pie, con esa piel blanquecina como un hongo y esas manos de ratón, pero que aun así les gusta a las mujeres. Desde luego, menudo chollo que tenéis los hombres heterosexuales con las mujeres, que son capaces de ver espejismos en cualquier parte por tal de consumar su instinto cuidador. Hay una franja de edad que hasta los más fistros, los que no había manera de emparejarlos, de repente en tres años están todos casados y entregados a la loca aventura de la crianza. Heterror. Me acuerdo una vez que conocí a un tipo por Grindr que me preguntó el primer día si quería tener hijos. Le dije que no y no volvió a hablarme. Pero teníamos algún conocido en común. A los dos años me enteré de que se había emparejado y subrogado una niña. Homoterror. First dates. The circle of life. El celo.
*Por motivos que no vienen a cuento acudí a un domicilio privado De Santiago. En el portal me crucé con un perroflauta con su faldachándal que me dio los buenos días. Después llamé a la puerta. Me abrió un señor con un ojo abierto y otro cerrado, completamente desnudo, con la picha tiesa a punto de reventar como la berenjena del WhatsApp, que señaló en una dirección del pasillo y se escabulló en la oscuridad en la dirección contraria sin decir una palabra. Por último me encontré en ese lugar con un tercer individuo que se parecía al malo de la Aldea del Arce y que, con exquisito acento gallego, pronunció las palabras “no te quiero estafar, que yo creo en el karma”. Cuando salí de nuevo en la calle, la del faldachándal hurgaba en una maleta a plena luz del día. ¿Enredo o costumbrismo?
Bravo! Un texto estupendo para empezar el día, lo he disfrutado un montón.
Este post ha decapitado a más civiles que Iván el Terrible en todo el zarato.
Un homoterrorista de libro herido -y su hemorragia- te saludan